Vocación profesional versus desempeño profesional
«Mamá quiero ser artista»
Concha Velasco ya sabía qué quería ser de mayor desde muy temprana edad. Eso es clarividencia.
Hace unos meses, la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria me invitó a participar en un programa destinado al alumnado de último curso del Grado en Lenguas Modernas y Grado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas. La primera pregunta que me hice fue qué podría aportar yo a un grupo de jóvenes cuyas expectativas desconocía. Estudié Ciencias Económicas y, en la actualidad, mi profesión está directamente ligada al asesoramiento empresarial a través de Audazia, people focused, sello consultor creado hace ya más de un lustro junto a mi socia y amiga Ana Orantos. Lo cierto es que, desde el primer momento, la invitación me atrajo como la luz a las polillas, y acepté. El programa tenía como objetivo preparar al alumnado para enfrentarse al complicado mercado laboral. La idea era que, de forma previa al inicio de las prácticas, profesionales vinculados a organismos públicos les hablarían de algunos principios básicos como la redacción de currículos, el emprendimiento, cómo rentabilizar o monetizar sus ideas y otras cuestiones burocráticas necesarias para la creación de un negocio. Claro que, si todas estas cuestiones ya iban a ser tratadas ¿qué nociones de mi área de conocimiento podrían aportar valor?
Me gusta aceptar este tipo de desafíos siempre que mi agenda me lo permita y cuente con el tiempo suficiente para poder trabajarlos como merecen y disfrutarlos. El caso es que, durante unas semanas, mi cabeza no dejaba de darle vueltas al asunto. Me había comprometido y quería estar a la altura de las expectativas de quienes me habían propuesto para participar en este programa y no encontraba la forma de afrontar mi intervención. ¿Cómo me sentía yo a esa edad? ¿Qué me hubiese ayudado a tomar mejores decisiones o a gestionar de forma adecuada ese momento? Este ejercicio introspectivo me fue llevando sin darme cuenta a una reflexión que hasta ahora nunca me había planteado.
Como adolescente jamás tuve una película, libro, canción, deportista o personalidad pública “preferida” que admirase por encima de las demás; ni siquiera recuerdo haber tenido nunca un póster de algún ídolo en mi habitación y, claro, si no era capaz de identificar una única preferencia en cuestiones tan simples y banales, ¿cómo pretendía tener una vocación profesional definida?
El hecho de no ser capaz de identificar mi propia vocación profesional me generaba confusión y ejercía sobre mí una gran presión. Hasta ese momento me había considerado un chico proactivo, que actuaba con claridad y determinación ante cualquier situación. Era realmente frustrante ver cómo todo el mundo parecía tener una visión nítida de su futuro profesional y yo no era capaz de responder a la pregunta que la sociedad nos planteaba de forma recurrente ¿qué quieres ser de mayor?
En cualquier caso, nadie escapa a ese momento en el que toca tomar decisiones que te acercarán o alejarán de tu propósito profesional y, como individuo racional, tienes la necesidad de basar tus decisiones en algún tipo de criterio. En mi caso, sin una presión o influencia derivada de una vieja tradición familiar o expectativas específicas basadas en posibles frustraciones de padres, tíos y abuelos, creo que mis decisiones se basaron en lo que me gustaría saber y hacer, sin perder de vista las probabilidades de éxito (aceptación del potencial mercado laboral).
De forma inconsciente, había cambiado la pregunta qué quieres ser de mayor por sobre qué te gustaría tener un mayor conocimiento y qué actividades te hacen sentir bien sin establecer una relación directa entre ambas preguntas. Es decir, la curiosidad intelectual a nivel académico podría no tener una vinculación con lo que me gustaría hacer en un futuro en el ámbito profesional; todo lo contrario a lo que los manuales de orientación educativa y profesional proponía en esos momentos.
Hoy, al analizarlo en profundidad, puedo entender la relevancia de este matiz y cómo ha afectado a mi vida profesional: mientras que la primera pregunta qué quieres ser de mayor me dirigiría a una titulación específica y una única profesión, las siguientes me ofrecían un abanico de posibilidades. Podía existir toda una gama de profesiones que me permitiese hacer uso de los conocimientos adquiridos en mi etapa académica y desarrollar aquellas actividades que me realizasen a nivel profesional y personal.
Todo esto me ha llevado a cuestionar los beneficios de la vocación profesional, ¿es realmente algo positivo o puede llegar a ser un concepto limitante? ¿es que solo existe una profesión que te permita sentirte realizado? y, si no tengo claro cuál es mi vocación profesional, ¿seré un trabajador mediocre y nunca podré estar a la altura del desempeño de un compañero con vocación? Por un lado, tener una clara vocación profesional te permite centralizar o canalizar tus esfuerzos hacia un objetivo definido, mejorando la eficiencia en la toma de decisiones pero, en contraposición, puede llegar a ser fuente de frustraciones y decepciones generadas por objetivos con escasas posibilidades de éxito y altos niveles de sacrifico, idealizaciones lejanas a la realidad e incluso el desvanecimiento del propio objetivo profesional.
Entonces, ¿qué hace que una persona se sienta realizada y sea eficiente en su trabajo? La experiencia me ha demostrado que el factor determinante es la vocación por lo que se hace y no por lo que se es (profesión), lo que he denominado desempeño vocacional. La vocación profesional puede venir acompañada de desempeño vocacional, o no. De la misma forma puede existir desempeño vocacional sin una definida vocación profesional y reconozco que ese es mi caso.
Socio y Director Financiero en Audazia, People focused
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